14.5.08

secreto 6: superhéroe

Mi abuela vive en un multifamiliar que, en su momento, encumbró el sueño de la clase media delvallecina: un enorme complejo de edificios enormes con un patio central enorme. La puerta de cada edificio, a ojos infantiles, simulaba la entrada a una fortaleza. Cada una de ellas tenía un resguardo vítreo, protegido por dos muros laterales de concreto que servían de marco. Parecían la entrada a fortalezas; sin embargo, nadie se percató de ello hasta que apareció Jimancito.

Debe haber sido de tarde, no lo recuerdo. Jimancito apareció en la puerta de la fortaleza de la que salía todas las tardes a jugar. Ataviado con calzoncillos sobre el pantalón, una espada de plástico y un escudo de plástico, cabello de príncipe valiente, dominó la plaza con la mirada e hizo lo debido: lanzó un “por el poder de Grayskull” de viva voz. Sin lugar a dudas, era el blanco perfecto para los niños ligeramente más grandes que por eso entonces ejercían su poderío futbolero sobre la plaza. Las risas iniciales se tornaron, a los pocos días, en un hábito joditivo: Jimancito se convirtió en la mascota de los niños más grandes. No recuerdo muy bien cuáles fueron los pasos intermedios, pero lo cierto es que el colmo llegó cuando echar a Jimancito al bote de la basura se convirtió en el pasatiempo de las cinco de la tarde. Jimancito daba pena: salía del bote de basura y volvía de nuevo a su juego: sacar la espada, gritar por Grayskull, pelear con enemigos hipotéticos, que, un balonazo en la cara después, se volvían reales como el humor negro de Skelleton. Sin embargo, había algo en Jimancito que dejaba un rastro de poder asumido, que es el que vale. Por momentos no había nada capaz de frenarlo… hasta que se atravesaba la horda de preadolescentes futboleros.

Aquello se volvió insufrible el día en que Jimancito perdió la cabeza. Si no mal recuerdo, alguien lo llamó “niñita” o algo así. Fue entonces que se volvió una furia. Nadie supuso que su espaducha de plástico pegara tan duro. Esa fue también la primera vez que lloró frente a los demás. Con rabia: apretaba los dientes. Cuando terminó de dar piñatazos, corrió a su fortaleza. No volvió a salir jamás.

Justo cuando la diversión parecía haberse ido para siempre, apareció en la plaza un niño vestido de Batman que, además, se la tomaba muy en serio: se escondía en los sotanillos de los edificios; a diferencia de Jimancito, no mostraba la cara, nunca. No gritaba; no representaba su papel. Nomás se quedaba sentado en algún rincón lejano y observaba al resto de los niños. No parecía ira lo de sus ojos; era más bien una observación amenazante, como si estuviera cazando. Se quedó así durante semanas, sin que nadie se le acercara siquiera, no porque inspirara respeto, sino porque, sencillamente, a nadie incomodaba.

No recuerdo bien a quién le fue peor; si a Rafa o a Jorge o a uno de los hermanos Bola. En realidad, ninguno de ellos había visto a Batman, nunca. Se enteraron cuando era demasiado tarde, y no fue fácil atar las “coincidencias”. La misma semana apareció un balón ponchado, un perrito amarrado en uno de los árboles escondidos de la jardinera central y un huevazo anónimo en la cabeza de uno de ellos. No hubiese sido difícil pensar en algún incidente mayor: un rodamiento por las escaleras, una pierna rota, un cable tenso en medio del campo de fútbol. Sin embargo, nadie lo entendió en ese momento. Es posible que ni siquiera hayan pensado en Batman detrás de los breves incidentes, lo cual es mejor: de haberle dado la atención a ese pequeño escondrijo con patas, quién sabe hasta dónde hubiese llegado todo.

Batman desapareció sin rastro (ni nostalgia) de la escena infantil. Pocos lo vimos, y aún menos de nosotros lo relacionamos con los incidentes, que tampoco pasaron a mayores. Supongo que fueron aún menos los que trataron de encontrar una relación entre Batman y Jimancito, y estoy seguro de que, hasta el día de hoy (aunque ni se lo pregunten ni lo recuerden) nadie sabe quién era Batman, ni Jimancito.

Digámoslo así: juro por el poder de Grayskull que, si me daban el chance, iba a aventar a alguien por una escalera. Lo juro.

2 comentarios:

W.J. Porter dijo...

Nietzsche habría estado orgulloso de Jimancito. En cuanto a Batman... dejémoslo en que nadie quiere saber quién era.

Mr. Minos dijo...

pinches cómplices jajaja