16.5.08

secreto 7: agustín

La escena siempre transcurre en cámara lenta, y casi todas las veces he sido completamente incapaz de encontrarle una línea de tiempo satisfactoria. En algún momento corro detrás de él, frenético, con ira saliendo por mis ojos. Llueve, poco. Tengo una pistola de agua en la mano, apretando la cacha como si de ella me sostuviera para no caerme del mundo. Aprieto los dientes y los pies apenas le responden a mis ímpetus de matarlo, aunque sea en el juego. A nuestro alrededor hay una modesta guerra de agua entre amigos: tres equipos y sendas trincheras. Algo salió de control; alguien, él o yo, o ambos, hizo algo ilegal. Alguien planeó un complot; quién de los dos lo ha hecho, no importa tanto: al final somos él y yo en una carrera por la supervivencia, yo con una pistola de agua, él corriendo, resbalando con charcos, empapado de pasto. Tenemos 17 años y parecemos dos niñitos arrebatándose un dulce, o dos adultos descubriendo un fraude multimillonario. Como siempre.

Agustín y yo nos conocimos por accidente. Estábamos en el mismo salón en primero de secundaria. Creo que nos tocó hacer un trabajo, o teníamos bancas contiguas, no lo recuerdo. Éramos igual de ñoños e igual de "buenos chicos". Pasó poco tiempo antes de que pasáramos de ser amigos de aula a ser buenos amigos, de verdad. Un año después conocimos a Paulina, Mónica y Carmina, y se convirtieron en las primeras féminas en las vidas de ambos. Era una noche colonial: caminábamos con grandes camisas (eran los noventas), "ligando". Conocerlas a ellas fue una coincidencia: nos igualaban en número y en ganas. Se dio por inaugurada, en la vida de ambos, la más efusiva Adolescencia®.

Y ya se sabe: eran los noventas, y por aquél entonces uno no podía ser adolescente si no sufría al estilo Dawson. De tal suerte que, a lo largo de seis años, la relación entre Agustín y yo se construyó así, con grandes teorías sobre el mundo, grandes teorías sobre la chica de nuestras respectivas vidas, grandes teorías sobre la diferencia entre nosotros y el mundo de fuera, y muchas tardes recorriendo centros comerciales de la del Valle. Casi siempre había una chica de la cual hablar; casi siempre creíamos saber demasiado del mundo. No éramos capaces de entender nuestra realidad sin un poco de sufrimiento, y éramos, de algún modo muy postmoderno, existencialistas de microondas. Él tenía una relación edípica muy rara, y su madre dependía de él por completo. Un día estábamos en la Condesa, cerca de donde él vivía, y ella fue a buscarlo sólo porque no podía cambiar un foco. Cosas así. Ambos éramos tan codependientes y pre-emos (es cierto: éramos pre-emos, sólo que usábamos jeans Pepe en vez de playeras a rayas y pelo de honguito en vez de enormes flecos), que no había otra salida posible.

La sangre corre por mis venas como el vino en las tabernas”. Esa era la frase climática del poema que Agustín le había escrito a Carmina. Llevaba como dos semanas leyendo a Neruda, o a Lorca, no lo recuerdo, y llevaba un mes persiguiendo a Carmina in a Dawson way. En realidad, siempre dudé de la originalidad de esa frase. En su momento, a los 14 años, me parecía demasiado perfecta. Como fuera, yo no escribía nada: era un adolescente preparándome a ser ingeniero. Ese día todo cambió: Carmina, que durante un mes había sido completamente despectiva con respecto a Agustín, de pronto quedó enternecida por una prosa poética repleta de lugares comunes, carente de estructuras, sin narrativa ni voz ni nada. El texto de Agustín era una espinilla escrita. Y, sin embargo, se convirtió en el mejor posicionamiento de mi amigo. De pronto, no era ñoño, era tierno; no era uncool, sino tímido. Se convirtió, después de veinte renglones, en el Dawson tropicalizado para una generación de aguerridas adolescentes clasemedieras que amaba a Dawson.

Una verdad absoluta: no hay forma de arte que un hombre desarrolle en su vida sin que haya una mujer de por medio. Eso es claro: los virtuosos en la guitarra aprenden “More than words” para exprimir rostros de asombro; los que pintan comienzan con el rostro de su noviecita de primaria; los que escriben, lógico, lo comienzan con un poema de amor a ritmo de las películas para chicas. No es que a mí me gustara Carmina ni nada. De cualquier modo, ese día comencé a escribir. A diferencia de Agustín, yo siempre tuve un ingrediente que por aquél entonces era medianamente popular: locura. Si Agustín escribía, por ejemplo, “la sangre corre por mis venas como el vino en las tabernas”, yo escribía una canción que dijera “en tu delirio demencial llévame hasta el abismo, hasta el final”. Yo comencé a convertirme en una suerte de enfant terrible de peluche y comenzamos entonces una carrera por el trono en el rockstarismo de nuestra cuadra. La meta tácita no era otra que llamar la atención.

Nunca fue franco tampoco. Es decir: no nos declaramos una suerte de dance fight de video de Michael Jackson ni nada. Más bien nos decíamos parte de una misma cosa. Tampoco que pretendiéramos nunca tener un “movimiento literario”; sólo intercambiábamos ideas, tal cual, para tener textos efectivos para el ligue. Con el tiempo, las modestas cartitas se convirtieron en auténticas obras de arte amateur. Ya no era la carta en hoja de cuaderno, sino el poema “ultraísta” en un cómic hechizo de Calvin y Hobbes. O en un CD de No Doubt o Bon Jovi. Al menos eso hacía él; por mi parte, me volvía el trovador de las fiestas. Y, para ambos, funcionaba. Supongo que eso se fue traduciendo, de algún modo, en un enfrentamiento contenido, que, como dije, no fue franco nunca.

Nunca sino hasta esa tarde lluviosa de las guerritas de agua. Los antecedentes son difusos: habíamos adquirido como hobbie histriónico el actuar peleas espontáneas entre él y yo, para ver la reacción de la gente; en la última, Javier había detenido a Agustín para que no me golpeara (Agustín lo tomó como una preferencia directa hacia mí). Llevábamos meses cultivando grupos de amigos distintos; él, el de otras chicas; yo, el de otras chicas y otros amigos, artistoides todos. Yo ya me había vuelto medio punk; él era cada vez más pijo. La riña literaria culminó esa tarde lluviosa de las guerritas de agua.

Estábamos en un pueblo de Michoacán, en casa de la abuela de Agustín. Llevábamos ahí pocos días que par él habían sido un infierno: el resto de nosotros trasnochábamos, aún a sabiendas de que él tenía que despertar todos los días temprano para acompañar a su madre al mercado. Luego debía hacer(nos) el desayuno. Por fin esa tarde de lluvia Agustín explotó. Yo, que lo vi de pronto como el ser noble pero temeroso pero ambicioso que es, sentí coraje por ver salir a la luz de la tarde lo que siempre había estado oculto; lo que Agustín y yo teníamos en común: esa rabia contenida por ser alguien.

Lo perseguí hasta que cayó al suelo y me abalancé sobre él. Los demás me observaron con miedo, con la incredulidad de quien ve a un hombre completo consumido por insectos. Disparé, directo en la cara. Otra vez. Lo tenía sujeto, no tenía modo de escapar. Le disparé en la cara una y otra vez, hasta que ya no se sabía si el agua en su cara provenía de mi pistola o del cielo gris. Le llené la boca de agua con sabor a cloro. Los demás observaban; parecían desconocer el procedimiento a tomar: yo le disparaba a quemarropa a Agustín, aunque al final aquello sólo fuera agua. Por fin fue Sergio quien me separó. Antes de que me tomaran entre diez brazos por los aires, acerqué de modo grotesco mi boca a su oído.

- Soy mejor que tú; siempre seré mejor que tú, y lo sabes.

Nadie más que él me escuchó, pero en el momento supe lo que sus ojos querían decir, lo que sus ojos mojados de cielo y de mí estaban diciéndome: no es que fuera mejor que él. Simplemente, en ese momento, me había convertido en un monstruo más grande.

2 comentarios:

W.J. Porter dijo...

Fucked up little shit, weren't you?
Así que te dejó con unas palabras del Maestro: "El que combate contra monstruos debe tener cuidado de no convertirse en uno. Cuando miras al abismo, éste también mira al fondo de tu alma".

Unknown dijo...

Ro,

No sabes como me hizo recordar leer esto... por casualidad llegué a esta página y lo único que te puedo decir es que disgruté mucho leerlo.

Un beso muy fuerte!